viernes, 14 de diciembre de 2018

Esas noches...

Esas noches que pasan las horas sin poder dormir porque tu pequeño está enfermo.
Esas noches en las que intentas tumbarte en la cama mil veces pero no lo consigues porque tu niño llora.
¿Qué puedes hacer si ves que te necesita?
Está durmiendo, el caso es que ni siquiera abre los ojos, pero no para de quejarse. Algo le duele, debe pasarle algo. ¿Le dolerá la garganta? ¿Serán los oídos? Parece que le escuchas mocos al respirar, pero solo quieres tratar de calmarlo y que duerma, poder dormir tú.

Llega un momento, en esas noches, en que el cansancio acumulado, la necesidad de dormir, la incertidumbre por no saber exactamente por qué se queja tanto, todo eso se apodera de ti y te dan ganas de gritar, de mandarlo todo a paseo. Es el amor de madre y ver esa carita dulce lo que te hace reflexionar y volver a sacar fuerzas de donde no te quedan.

Pasan las horas, cada vez hay menos tiempo de descanso, y el pequeño apenas se ha calmado entre tus brazos, sin ni siquiera poder tumbarlo. Algo le pasa, no hay duda, porque él siempre duerme bien. Lo único que importa ya, cuando queda tan poco tiempo para que suene el despertador, es verle tranquilo y que deje de quejarse.

Esas mañanas, en las que suena el despertador cuando tan solo has dormido una hora. Te volverías a dormir un poco más, pero el deber te llama. Podrías llamar al trabajo, explicar que has pasado mala noche, y quizás lo entenderían. Pero, ¿cómo explicárselo a tus otros hijos? Esos que han dormido toda la noche y se despiertan rebosantes de energía para afrontar un nuevo día. Esos niños que, ajenos al mal de su hermano, han podido descansar y ahora reclaman un merecido desayuno.
Sacas fuerzas una vez más, tomas dos cafés en vez de uno, y a por el día.

Aprendí que sacamos fuerzas de donde no nos quedan.
Aprendí que lo importante es verlos bien.
Aprendí que una sonrisa, un beso o una simple mirada pagan todo el esfuerzo.